sábado, 26 de junio de 2010

Algo está cambiando


Desde siempre, y mucho más en los últimos tiempos, los Mundiales de fútbol han servido de escaparate a potencias futbolísticas emergentes que, en un par de partidos o tres, han pasado de «cenicientas» o meras «comparsas» a sorprendentes revelaciones. Me vienen a la mente la Uruguay del 50, la Portugal del 66, la Holanda del 74, la Argelia del 82, la Dinamarca del 86, la Camerún del 90, la Bulgaria del 94, la Croacia del 98, la Turquía o la Corea de 2002.
Después de una última edición, la de Alemania 2006, bastante previsible y con los clásicos dominando el torneo, Sudáfrica 2010 está destapando nuevas e ilusionantes formas de concebir el fútbol que contrastan con otras -Francia e Italia- cuyo modelo se agota a golpe de escándalo.
De entre las primeras me quedo con dos. Estados Unidos y Japón, sin la calidad técnica individual y el márketing que rodea a las todavía grandes favoritas -Brasil, Argentina, Alemania, Inglaterra, Holanda o España-, han confiado su suerte en un grupo cohesionado, fiel al trabajo de su entrenador y con una disciplina espartana. Si no fuera porque el fútbol es muchas veces incomprensible y porque, a la hora de la verdad, les puede faltar un peldaño de madurez y oficio, diría que estadounidenses y japoneses son tan favoritos como argentinos y brasileños. Tengo un amigo que lleva años diciéndome que el día que los japoneses le cojan el truco a este deporte o que en los Estados Unidos empiecen a tomárselo un poco más en serio, el cetro mundial de los favoritos de siempre comenzará a tambalearse.
Independientemente de lo que ocurra, lo mejor que puede pasarle al fútbol mundial es que cunda el ejemplo del trabajo y la humildad de unos combinados tremendamente modestos que no hacen sino depurar las turbias aguas del inmenso océano balompédico. Y si no, que le pregunten a Nicolás Sarkozy.

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