sábado, 19 de noviembre de 2011

Una de tortilla sin huevos


ERA algo así como un cuarto de kilo de ambición, medio de sentimiento azulino, fuerza, ilusión, motivación y alegría. Con todo esto se hacía un sofrito y luego el ingrediente estrella eran los dos huevos que debía echarle la plantilla. Mira cómo me río: ¡ja! Espero que se le ocurriese sólo al responsable de márketing, si no el grado de cinismo de los del calzón corto llegaría a límites insospechados. Tres meses después, y visto lo visto, la conclusión es que el pobre Óscar Díaz no se va a ganar la vida como cocinero, pero mucho menos como futurólogo.

Siendo sinceros, todos deberíamos asumir la responsabilidad por haber mirado con lupa el trabajo del director deportivo y los entrenadores que han pasado por Chapín en los últimos meses, mientras que los jugadores miraban para otro lado como si la cosa no fuera con ellos. Aquí se ha puesto en cuestión la valía de Emilio Viqueira en los despachos, la capacidad de Juan Merino y la alegría de Javi López en el banquillo, la lealtad de los consejeros y hasta la ética profesional de los administradores concursales. Sin embargo, no he escuchado una palabra más alta que otra con respecto al grado de compromiso y la profesionalidad de los que al final tienen que plasmar sobre el campo lo trabajado fuera de él.

Hemos estado tan obcecados en analizar con lupa al técnico de turno, que ni hemos reparado en la falta de carácter de una plantilla sin alma. Y si lo hemos hecho, también se lo hemos reprochado al entrenador, por no haber sabido sacarle ese carácter que se le presupone a todo profesional.

Mi impresión, con lo visto durante la pasada temporada y lo que llevamos de ésta, pedirle a este grupo que eche lo que tiene que echar es como pedirle a una vaca lechera que embista como un Miura.

Por más vueltas que le doy, los motivos por los que quitaría de enmedio a Merino son pocos comparados con los que tendría para cargarme ahora mismo a más de tres cuartas partes de la plantilla actual. Por mucho que un entrenador dedique los días y las noches enteras a hacer su trabajo lo mejor posible -y me consta que Merino lo hace-, si después los que tienen que responderle se esconden, la misión se torna imposible.

Jamás vi a un equipo que dándolo todo sobre el campo le fuera siempre mal. Puede suceder puntualmente, pero con trabajo, constancia, esfuerzo y honradez, tarde o temprano la suerte cambia.

Merino es responsable del preocupante bache del Xerez, pero en la misma proporción que el resto del equipo, ni más ni menos. Por mi parte, el ultimátum sería para los jugadores, pero el topicazo de la cuerda amenaza con volver a repetirse.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Mejor así


LA mayor parte de los aficionados del Xerez vuelve a tener los pies en el suelo. Cinco jornadas sin ganar, en las que el equipo ha sumado tres puntos de quince posibles y se asoma al descenso, han bastado al respetable para comenzar a verle las orejas a un lobo que de momento no ha hecho más que aparecer en el horizonte.

El estado de levitación ha durado casi dos años y medio. El éxito del ascenso a Primera, tan justo en lo deportivo como irreal en lo institucional, alejó de la realidad a una hinchada que se pensó que esto era Jauja, y que los años de penurias en Tercera y Segunda B habían quedado definitivamente atrás para una entidad endeudada hasta las cejas y sin más patrimonio que su propia afición.

Para no volver a caer en la mediocridad del pasado proyecto, en el que paradójicamente el sexto presupuesto más bajo de la categoría estuvo peleando hasta el último minuto por meterse en la liguilla a Primera, los protagonistas del nuevo acto, entrenador y jugadores incluidos, no han hablado de otra cosa que de ascenso. Lo de los 51 puntos, para los simplones.

Esto provocó que la primera pitada de la temporada llegase antes de la media hora del debut liguero en Chapín ante el Guadalajara, y que la parroquia haya recelado desde el principio de un técnico novel cuyo perfil no se ajusta al del profesional que debe abanderar un proyecto tan ambicioso.

Con el paso de las jornadas, el juego ha ido a más, pero los resultados a menos, y esto tampoco ha acabado de contentar a la grada. El año pasado no se jugaba a nada pero se ganaba. Este año se juega pero no se gana. El resultado es el mismo: la indiferencia. Pero a eso hay que sumarle la intranquilidad, porque de tanto mirar hacia arriba, se nos había olvidado cómo se las gastan los de abajo.

En adelante, es de esperar que la cura de humildad cale y que cuando cambie la suerte, que jugando de esta forma no debe tardar en hacerlo, los aficionados vuelvan a valorar lo bien que sabe sumar tres puntos de una tacada en Segunda División, se juegue como se juegue.