sábado, 16 de octubre de 2010

3-1: Un Xerez sin alma sufre también el síndrome del "Alcorconazo"


El Xerez siguió también en Alcorcón en la misma línea de mediocridad que una semana antes ante el Huesca. El mismo equipo vulgar, previsible, blando en defensa y carente de imaginación fue presa fácil para un Alcorcón que, sin alardes, sí demostró, como en la anterior jornada el equipo de Onésimo, conocer la forma de desarmar a los azulinos y pasarles por encima.
Tras unos primeros minutos de tanteo sin apenas acercamientos con peligro a las áreas, dos concesiones en defensa de los visitantes permitieron a los de Anquela poner tierra de por medio con sendos tantos obsequios de la casa.
Sin Gerard ni Mendoza, dos de los "marginados" por Javi López tras la debacle ante el Huesca, la nueva configuración de la retaguardia no ofreció mucho más solvencia. En el primer tanto, obra del capitán madrileño, la zaga fue incapaz de despegar el balón hasta en tres rechaces. En el segundo, a la salida de un córner, el máximo goleador local cabeceó a placer el segundo tras ganarle la posición como a un principiante al mismísimo Moreno.
Si de mediocampo hacia atrás la candidez defensiva jerezana fue desesperante, la falta de ideas en ataque fue alarmante. Con Pablo Redondo de vacaciones pagadas, José Mari tan voluntarioso como desubicado y Capi tan voluntarioso como poco decisivo, Mario Bermejo fue de nuevo esa isla que está para todo pero para nada.
Para colmo, el árbitro se sumó a la fiesta local con un doble error decisivo. Primero por escamotear una pena máxima por manos de un defensor del Alcorcón, y en la jugada por señalar un riguroso penalti de Redondo que Quini transformó en el tercer gol antes del descanso. Del posible 2-1 se pasaba a un 3-0 casi definitivo.
Lo holgado del resultado permitió al Alcorcón sestear algo en la reanudación, pero al Xerez le faltó la convicción de antaño para aspirar a remontar marcadores imposibles. Sólo el gol de Capdevila, en una acción aislada permitió maquillar un resultado que vuelve a sonrojar a unos aficionados azulinos cada vez menos seguros del potencial de su equipo.

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