sábado, 23 de mayo de 2009

En lo alto de la grúa

Me emocionó. Ni lo pude evitar, ni quise. El testimonio, el otro día en la radio, de Paco, uno de los dos operarios -xerecista él- que le colocó la indumentaria al coloso Minotauro de Ochoa, es sintomático del sentimiento a flor de piel de una afición, de toda una ciudad. Cuenta Paco que, allá en lo alto de la grúa, no sintió vértigo ni miedo, sino una emoción que difícilmente podía explicar con palabras. Asegura que notó la cercanía de tantos y tantos xerecistas que se fueron para disfrutar del azul más puro. Allí estaban todos, entusiasmados con la camiseta azulina más grande que se haya confeccionado: los hermanos Porro, Manolo Cabrera, Martínez Beas, Andrés Reyes, Pepe Repeto, José Luis Valle, Rafael y Paco Cáliz, Paco Cárdenas, Manuel Deportista, Arturo Palomino, Muñoz Meana, Juan Sánchez, Manolo Mesa, Rafael Maraver, y una interminable lista de aficionados que se marcharon con el carné de socio en el bolsillo y el escudo del club de sus amores en la solapa.Me puedo imaginar el momento. Dos operarios anónimos, pero con el corazón más azul que el mono de faena, abrazados sobre la monumental escultura alegórica, improvisada como gigantesco maniquí.De todo las sensaciones que estoy viviendo en las últimas semanas, y en las vísperas de que el xerecismo estalle de júbilo por el primer ascenso a Primera, lo que más me está sorprendiendo es la capacidad para darle el sitio a los que ya no están.Cuando lo más fácil es disfrutar del momento y contemplar embelesados un futuro esperanzador entres los mejores clubes y futbolistas del mundo, las alusiones al pasado, el reconocimiento a lo que labraron los que nos precedieron -jugadores, técnicos, entrenadores, directivos, aficionados, periodistas...- están siendo una constante, además de un acto de justicia. Bien empezamos. Por eso, gracias a esta sólida base social y humana, no duden que lo mejor está aún por llegar.

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