Poco más de cuatro meses han pasado desde la histórica primera visita del Xerez al Nou Camp de Barcelona. Era una de las fechas marcadas en rojo desde el principio en el calendario por el aficionado azulino que, a pesar de la derrota, nunca olvidará el golazo que Mario Bermejo le marcó a Víctor Valdés ni los minutos en los que el mejor equipo del mundo vio amenazado su liderato por un modesto hambriento de gloria.
Pero no pudo ser. No sólo mojarle la oreja en casa al equipo de Guardiola, sino lograr una permanencia que se había ganado a pulso en el campo.
Y casi en un abrir y cerrar de ojos, pasamos de jugar en el colosal Nou Camp a hacerlo mañana en el Mini Estadi. El traslado de escenario es señal inequívoca del paso atrás dado con la pérdida de la máxima categoría. Aunque casi no ha dado tiempo a acostumbrarse a lo bueno, ya iremos comprobando que El Toralín no es San Mamés, ni el Santo Domingo el Bernabéu. Este año toca apretar los dientes y batirse el cobre en los campos modestos en los que el Xerez agigantó su leyenda.
El debú ante el Cartagena no fue el soñado, pero lo más positivo fue la comprensión de una afición que el domingo demostró que el paso por Primera no ha caído en saco roto. Hace años, un 1-4 en la primera jornada hubiera provocado los primeros pitos y la pañolada en la grada, pero la hinchada es consciente de que para volver a estar entre los grandes, primero deberemos saber manejarnos entre los pequeños.
El club ha sido el primero en dar ejemplo y se ha adaptado perfectamente a las circunstancias, asfixiando a los periodistas en cabinas-sauna e inhabilitando la subida en los ascensores. Eso sí que es la liga en "mini".
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