Hoy, gracias a Manuel Estrade, ha caído en mis manos una fotografía que significa mucho en estos momentos. Esta mañana, después de 27 años, he vuelto a ver el penalti que falló Mansilla con el Xerez en el decisivo último partido de la temporada 81-82 frente al Tarragona en el tristemente desaparecido Estadio Domecq.
Y es muy especial recuperar físicamente el recuerdo que permanecía fresco en la memoria porque tiene muchas similitudes con las sensaciones que estoy viviendo desde la derrota ante el Zaragoza.
Desde el sábado, el pesimismo ha cambiado de la noche al día el entorno del Xerez. De ser el equipo revelación, el más temido por todos, el gran favorito al ascenso, se ha pasado en un abrir y cerrar de ojos al otro extremo. Ya todo son dudas y se discute el trabajo del mismísimo Esteban Vigo.
Gozábamos de una clara ventaja para soñar despiertos y este tropiezo parece colocarnos a las puertas de la peor de las pesadillas.
En la foto que encabeza este artículo, Mansilla, como el sábado el Xerez, tropezó en lo más llano. Ganaba el equipo entrenador por Antal Dunai por un gol a cero, gracias a un tanto de Eloy. Corría ya la segunda parte cuando los locales tuvieron a su favor una pena máxima que les daba la posibilidad de poner tierra de por medio.
Pero Mansilla falló y todo, como ahora 27 años después, pareció nublarse.
Sin embargo, porque el fútbol es a veces justo, el Xerez volvió a gozar de un nuevo penalti, que esta vez Eloy no desaprovechó desde los once metros. Después, la locura, el ascenso a Segunda once años después.
Moraleja: Esto no es como empieza, sino como termina, y mientras hay vida, hay esperanza. Alguna vez tendrá que ser.