jueves, 24 de diciembre de 2009

¡DIOS HA NACIDO! ¡FELIZ NAVIDAD!



LAS DUDAS DEL CARPINTERO (Por ANTONIO GARCÍA BARBEITO)


Narrador:



Anda en su carpintería,

solo y triste el carpintero.

Labra José, como puede,

la madera de lo incierto,

pero el formón de la duda

riza virutas de celos.



Varón que pone los ojos

en una niña del pueblo,

que la toma por mujer

y pinta en ellas los sueños

propios del hombre: familia,

trabajo, amor… y el consuelo

de un cuerpo que por la noche

se haga uno con su cuerpo,

y cuando llega la hora

de consumar sacramento,

una mano angelical

cierra el camino del lecho…



María de Nazaret,

la esposa del carpintero,

es elegida la madre

de Jesús el nazareno,

del Dios que habrá de venir

mostrándose en carne y huesos

y que al derramar su sangre

predicará con su ejemplo.

Y ella, esclava del Señor,

acepta el divino ruego.

Para José será un arca

con el cerrojo del Verbo,

después de que una paloma,

Santo Espíritu del Credo,

le confiara gozosa

la vida del Dios eterno.



Dura ayuna de marido

en la despensa del sexo.



Y aunque esté llena de gracia,

y aunque ya se siente dentro

el temblor de la semilla

que le ha llegado del Cielo

-grano que ha entrado en el surco

sin que el surco se haya abierto-,

¿cómo le explica a José

tan increíble misterio

sin que la infidelidad

le ronde como un mal viento?



Por más que aquel virgo intacto

cuenta lo único cierto,

la sospecha del engaño

le venía al carpintero.

Y por no escandalizar,

por no echar leña en el fuego,

mordió su pena José

y la repudió en secreto.



Le dolían a María

más si cabe que el desprecio,

las dudas que al buen José

le herían el pensamiento.

Clamó el cielo en su favor,

le pidió a Dios el remedio

confesando su impotencia:



María:

“¡Cómo voy a convencerlo,

si cuando me lo pregunto

ni yo misma lo comprendo!”



Piensa y duda el buen José

mientras cepilla maderos.

La luz de la tarde entra

por el postiguillo abierto,

pero en la luz, otra luz

sobresalta al carpintero:



Arcángel:

“Sé que sufres, buen José.

Mas calma tu sufrimiento.

Lo que te cuenta María

es lo que Dios ha dispuesto.

Acércate a tu mujer

y sé guarda de su seno,

y mírate siempre en ella,

que es inmaculado espejo.”



La voz del ángel venía

buscando al esposo incrédulo.

Pero por más que aceptó

la veracidad del hecho,

y por más que a su mujer

se acercó a darle su aliento,

a cuidarla, a comprenderla

y a quererla con respeto,

de vez en cuando la duda

le desbarataba el sueño.



María cuenta las lunas

en su vientre satisfecho,

y José cuenta preguntas

que no contesta por miedo.

A María ya le duele

-llaga de presentimiento

que tiene siete puñales-

la Pasión del Evangelio;

a José, cuando se duerme

-pesadilla de ese fuego

que nunca llega a apagar-,

la pasión del desconcierto.

La una llena de Dios

y sin poder entenderlo;

el otro lleno de dudas

y de interrogantes lleno.

La una no quiere salir

por guardar su Dios pequeño,

y el otro evita la calle

para evitar los encuentros,

las preguntas de las gentes,

las miradas, los supuestos…

Ella bendice la hora

y el día que la eligieron,

y él lamenta que esa tarde

se fuera al bosque por leños.



José:

“¿Quién vino esa tarde, quién,

a mi querido aposento

y cambió mi vida así?

¿Fue ese ángel mensajero

o fue lo que por las sienes

me golpea si lo pienso?”



María canta y prepara

pañalitos para luego:



María:

“Tendrás los ojos tan claros

como el arroyo del huerto,

y en tu cara, ese color

del florecer del almendro.

Y tu sonrisa será

una nevada de enero

cayendo en alegres copos

entre tus labios abiertos”.



María posa su mano

por donde ya late el feto:



María:

“¿A quién te parecerás,

si serás hijo del cielo?”



José suspira y no quiere

pensar en el nacimiento:



José:

“¿Y si la voz que escuché

fue un invento de mi miedo?

¿Era un ángel del Señor

o el delirio que padezco?

¿Y si María pecó

y no quiso haberlo hecho,

y me oculta la verdad

para evitar sufrimientos?”



José se pasa la mano

por la frente, sosteniendo

el peso de aquella duda

que no se le acaba yendo:



José:

“¿Y si no es hijo de Dios?

¿Y qué dirán los del pueblo

si cuando el niño sonría

aclara su parentesco?”



María pide que llegue

la luna del mes noveno.

Ocho lunas lleva ya

con más pena que contento,

porque sabe que a José

las lunas le están doliendo.

El nublado de la duda

no le deja claro el cielo

y las lunas se le enturbian

en una niebla de miedo.

……………



La noche de Nochebuena

tiene un extraño silencio.

Sostiene su respirar

la boca del Universo.

Parece que todavía

no estuviera el mundo hecho

o que se hubiera quedado

de pronto ese mundo quieto.

Se puede tocar el frío

como una prenda de hielo.

Daba ese miedo la noche

que dan las noches de cuentos.



Un suspiro de María,

fatigada por el peso,

deja una estela caliente

que empaña el cristal del viento.

Entre visillos de niebla,

la luna -cíclope ciego-

se cuenta por ocho veces

en aquel vientre materno.

Y baja hasta un pobre establo

como pájaro doméstico

a completar la novena

lunar que ya está cumpliendo.

Los dolores de María

pregonan el Nacimiento;

el sudor de San José,

la duda en fiebre, temiendo

que no nazca la Verdad

cuando el vientre sea venero

que deje en chorro de vida

el llanto del primogénito.



Como quien espera el alba

desde la aurora en los cerros,

San José, sin inmutarse,

observa sin parpadeo.



Un grito corta la noche

como la espada de un trueno.

Un grito total, caliente;

un grito de dolor, seco.

José se tapa los ojos

en el momento supremo.

Cuesta despejar la duda,

si saberlo, no saberlo…



La noche asomó las galas

ocultas del firmamento.

Y más que silbar, cantaba

aquel sonido del viento.



No es sol, pero amanecía

en cuanto asomó su cuerpo;

No es llama, pero tenía

el dulce calor del fuego.

En los brazos de María

-primera cuna del Verbo-

se mece, recién nacida,

la Salvación de los pueblos.

Mira la Virgen al Niño

y mira al esposo luego.

Y el esposo, lentamente,

mira sin querer queriendo.

Busca un rostro de la tierra

y encuentra un rostro del cielo.

Y José, rendido en llanto,

dolido en culpa de celos,

en las manos de María

pone disculpas de besos.



Se perdieron en la noche

las dudas del carpintero.

La mirada de Jesús

sola desveló el misterio.





FIN

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